Si un día me oyes, después de una noche en la que he resultado ser encantadora, de esas mujeres que beben y se ponen graciosas contando anécdotas de bares y ácidos y viajes y camas y cabrones con el pelo despeinado para mejor y el carmín corrido como si viniera de morrearme en el baño con el tipo más guapo del garito. Si un día después de una de estas noches en las que ejerzo de encantadora de serpientes al despedirme me oyes decir que sólo soy un fraude, compadéceme: los adictos a los aplausos también necesitamos testigos cuando nos quitamos el maquillaje.
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