El hombre la enciende, se prosterna y le entrega su destino. ¿Qué debo comer, amo? le pregunta a la televisión. ¡Lasaña congelada! le ordena la publicidad. Y se va de cabeza a meter en el microondas el comistrajo ese. Luego vuelve a hincarse de rodillas y pregunta de nuevo: Amo, ¿y que debo beber? ¿Cocacola hiperazucarada! le grita la televisión, irritada. Y venga a dar ordenes: ¡Sigue zampando, cerdo, sigue zampando! Que las carnes se te pongan sedosas y flacidas. Y el hombre obedece. Y el hombre se empapuza. Luego, pasada la hora de comer, la tele se enfada y cambia de anuncios: ¡Estás gordísimo! ¡Eres feísimo! ¡Corre a hacer gimnasia! ¡Ponte guapo! ¡Y usted se compra unos electrodos que le esculpen el cuerpo, unas cremas que le inflan los músculos mientras duerme, unas pastillas mágicas que hace por usted toda esa gimnasia que usted ya no hace porque está digiriendo pizza! Así funciona el ciclo de la vida Goldman. El hombre es débil. Por instinto gregario le gusta apiñarse en unas salas oscuras que se llaman cine...Y ¡Bum! Lo bombardean con anuncios, palomitas, música, revistas gratuitas y, justo antes de la película trailers que les dicen: ¡Pazguato, te has equivicado de película, vete a ver esta otra que es mucho mejor! Si, pero resulta que usted ya ha pagado la entrada, está atrapado! Así que tendra que volver para ver esa otra
película, y también pondrán antes un tráiler que le recordará que no es
más que un pobre pardillo, y usted, desgraciado y deprimido, se irá a
engullir refrescos y helados de chocolate carísimos durante el descanso
para olvidarse de su mísera existencia. Puede que ya solo quede usted, y
también un puñado de resistentes, amontonados en la última librería del
país, pero no podrán luchar indefinidamente: la horda de zombis y
esclavos acabará ganando.