
De pequeña aprendí sola a montar en bici, reconozco que fue a base de golpes y determinación pero lo conseguí. Yo le había pedido a uno de mis hermanos que me enseñara, que quería aprender, que lo ansiaba pero él no se veía como profesor. Me dijo que un amigo suyo había enseñado a otros niños con éxito y que también me podía enseñar a mí. Una tarde mi hermano vino a buscarme y me dijo: "Venga, que Juan Ramón te espera abajo". Acudí a la velocidad del rayo y allí en el patio me esperaba el chico con su flamante Torrot roja, demasiado alta para mis pocos años, pero no me importó, me encaramé como pude y él me dio unas pautas a seguir. Le puse buena intención pero, no logré mantenerme, apenas podía pedalear, mis piernas eran cortas o su bici demasiado grande para mí, así que me dejó por imposible tras unos cuantos intentos. Me sentí frustrada, volví a casa con la cabeza gacha y una profunda tristeza porque querer no es siempre poder...
Al día siguiente, tozuda, le pedí a mi hermano que me bajara su bici a la calle.
-¿Para qué?
-Voy a aprender a montar, quiero intentarlo...
-¿Quien te va a enseñar?
-Nadie, lo haré sola...
Mi hermano bajó su G.A.C verde al patio y allí me dejó, como un pececillo en medio del océano... Estaba nerviosa, ansiosa y algo perdida pero, aparentemente era fácil, el desafío consistía en pedalear y tratar de mantener el equilibrio, cayendo lo menos posible...Y así empecé, pedaleando, tropezando, cayendo y como no sabía frenar, lo hacía saltando del sillín al suelo o bien, si era una frenada de emergencia, me empotraba con lo que me salía al paso (incluido un Land Rover aparcado...uff!!).
A lo largo de esa "didáctica" mañana aprendí a montar en bici, subí a casa con las piernas magulladas y llenas de morados para disgusto de mis padres pero, con una satisfacción en el rostro que no tenía parangón. Como cantaba Víctor Manuel, en ese instante "no había nadie en este mundo más feliz..." Después de aquel día todo fue mejorando, aprendí a frenar en condiciones, a soltarme de manos, a hacer el caballito e incluso me hice instructora (casi oficial) de quien quería aprender, no dejé que ningún niño se marchara frustrado como yo aquella tarde.
Hace poco, la última vez que vi a mi amiga Esther, me habló de aquellos días de prácticas sobre dos ruedas en los que la ayudé a sacudir el miedo que tenía, tan lejos lo mandó que en la actualidad se había comprado una bici de montaña y me dijo:
"¿Recuerdas mis prácticas y mis nervios? Siempre te estaré agradecida por enseñarme a manejar la bici, me hacía tanta ilusión y a la vez me daba tanto pavor. Fuiste paciente conmigo y me quitaste el pánico de otro modo no lo hubiese conseguido..."
Sé que lo habría logrado igualmente, con constancia, como yo, pero oír aquello me puso de buen humor. Creo que siempre recibimos lo que damos envuelto en diferentes vestidos. Como canta Drexler: "Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da...". Yo pude ayudar a mi amiga con algo que quería en el pasado y ahora también ella me entregaba algo a mí, un GRACIAS sincero que, para no desentonar con este post, llegó a mí pedaleando ...
Al día siguiente, tozuda, le pedí a mi hermano que me bajara su bici a la calle.
-¿Para qué?
-Voy a aprender a montar, quiero intentarlo...
-¿Quien te va a enseñar?
-Nadie, lo haré sola...
Mi hermano bajó su G.A.C verde al patio y allí me dejó, como un pececillo en medio del océano... Estaba nerviosa, ansiosa y algo perdida pero, aparentemente era fácil, el desafío consistía en pedalear y tratar de mantener el equilibrio, cayendo lo menos posible...Y así empecé, pedaleando, tropezando, cayendo y como no sabía frenar, lo hacía saltando del sillín al suelo o bien, si era una frenada de emergencia, me empotraba con lo que me salía al paso (incluido un Land Rover aparcado...uff!!).
A lo largo de esa "didáctica" mañana aprendí a montar en bici, subí a casa con las piernas magulladas y llenas de morados para disgusto de mis padres pero, con una satisfacción en el rostro que no tenía parangón. Como cantaba Víctor Manuel, en ese instante "no había nadie en este mundo más feliz..." Después de aquel día todo fue mejorando, aprendí a frenar en condiciones, a soltarme de manos, a hacer el caballito e incluso me hice instructora (casi oficial) de quien quería aprender, no dejé que ningún niño se marchara frustrado como yo aquella tarde.
Hace poco, la última vez que vi a mi amiga Esther, me habló de aquellos días de prácticas sobre dos ruedas en los que la ayudé a sacudir el miedo que tenía, tan lejos lo mandó que en la actualidad se había comprado una bici de montaña y me dijo:
"¿Recuerdas mis prácticas y mis nervios? Siempre te estaré agradecida por enseñarme a manejar la bici, me hacía tanta ilusión y a la vez me daba tanto pavor. Fuiste paciente conmigo y me quitaste el pánico de otro modo no lo hubiese conseguido..."
Sé que lo habría logrado igualmente, con constancia, como yo, pero oír aquello me puso de buen humor. Creo que siempre recibimos lo que damos envuelto en diferentes vestidos. Como canta Drexler: "Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da...". Yo pude ayudar a mi amiga con algo que quería en el pasado y ahora también ella me entregaba algo a mí, un GRACIAS sincero que, para no desentonar con este post, llegó a mí pedaleando ...
Texto: Bohemia
Foto: Jane Doe