"...Si la persona no está preparada
para las experiencias místicas
nunca va a creer en ellas..."
para las experiencias místicas
nunca va a creer en ellas..."
Hace algunos años, paseando por la biblioteca, un libro me llamó desde su estantería. Yo buscaba "El misterio de las catedrales" de Fulcanelli pero de pronto, aquel libro de lomo naranja brillante me llamaba. Lo tomé entre mis manos y me quedé observando el título y su portada por un rato, "La rueda de la vida" de Elisabeth Kübler-Ross. Me lo llevé a casa y lo disfruté, tanto que luego me hice con un par de ejemplares y los tengo por casa y lo voy prestando y me gusta que los demás lo lean y también he comprado ejemplares para regalarlos porque para mí ese libro tiene unas enseñanzas y una filosofía con las que yo comulgo. Después de leer este libro leí otros de ella, aunque "La rueda de la vida" es el que más me gusta, pues es una especie de autobiografía y nos acerca a su persona...
"No hay que temer a la muerte; la muerte no existe, es solo una transición", solía afirmar Elisabeth Kubler-Ross, una mujer que fue considerada por el Times como una de los 100 pensadores más importantes de nuestro siglo. Fue pionera en el movimiento de cuidados paliativos y del estudio de la muerte. Fue una de las voces que desde el mundo científico defendió con más vehemencia la idea de que la conciencia sobrevive al fin del cuerpo.
De origen suizo y cuerpo menudo, Elisabeth Kübler-Ross emprendió los estudios de medicina con la esperanza de poder ir a la India como misionera laica, tal y como había hecho Albert Schweitzer yendo a África. Pero el destino la llevó a Nueva York, dónde empezó a trabajar con enfermos mentales, a pesar de tener pocos conocimientos teóricos de la rama de psiquiatría. A base de escucharlos y de estar con ellos, al cabo de 4 años la mayoría había vuelto ya a emprender una vida autónoma, aceptando sus responsabilidades y sin depender de otros para ello.
Más adelante emprendió su labor como acompañante a enfermos terminales, tanto personas mayores como niños pequeños. Siguiendo el mismo proceso, de escuchar y estar abierta a todo lo que estas personas querían comunicarle, empezó a elaborar un esquema de las fases por las que pasa una persona que se enfrenta a la muerte, o a la pérdida de un ser querido. Dolor, rechazo a la situación, enfado, negociación, aceptación, reconciliación con el proceso... Estos trabajos le valieron el reconocimiento internacional en el incipiente campo de estudio de la tanatología: el proceso de morir.
A entrar en contacto con miembros de la recientemente inaugurada psicología transpersonal, Kübler-Ross pudo vivir una serie de experiencias extracorporales y transcendentes que le validaron y confirmaron que lo que le habían dicho muchos de sus pacientes, acerca de seres y visiones que acontecían justo antes del momento de la muerte, eran algo verídico y que cabía tener en consideración, como uno de las etapas de mayor importancia en este proceso.
A partir de allí sus conferencias se abrieron al objetivo de exponer que, además de la inexcusable importancia del acompañar al enfermo terminal, la posibilidad de la supervivencia de la consciencia después de la muerte era un ámbito de estudio que requería la atención de todos. El deceso no sólo era un hecho que requería aceptación, sino que además era un proceso que había de ser afrontado sin miedo.
Después de años de un relativo rechazo por parte de la comunidad científica,su trabajo sobre el más allá supuso un alejamiento de muchos estamentos médicos que habían valorado su trabajo como pionera del movimiento de paliativos. Pero jamás le importaron las opiniones ajenas y a pesar del escepticismo y del rechazo de muchos de sus colegas, siguió adelante con su trabajo, ya que después de entrevistar a miles de personas en trance de muerte, no tenía dudas acerca de la supervivencia del alma. El reconocimiento a su trabajo llegó en forma de numerosas entregas de títulos honoris causa, concedidos por diversas universidades de todo el planeta.Se enfrentó a su propia muerte con la valentía que había afrontado la de los demás y con el coraje que aprendió de los más pequeños. Los últimos años sufrió varios infartos y sabía que su tiempo había concluido. A los 78 años falleció - hizo su transición - (como a ella le gustaba llamar al proceso de la muerte) rodeada de sus seres queridos. Su funeral fue distinto y muy emotivo. Asistieron fundadores de unidades de cuidados paliativos, de centros de duelo, centros para niños, programas para víctimas de abusos... En el entierro un rabí pronunció el responso, una india americana purificó a Elisabeth con humo para su viaje y un monje tibetano cantó textos del libro tibetano de los muertos... Se soltaron centenares de mariposas que se posaron sobre las personas presentes, y globos de ET - uno de sus personajes favoritos - con “Bienvenida EKR” escrito. Finalmente se esparcieron pétalos de rosas sobre su ataúd antes de depositarlo en la tierra.
Solía decir "Hazlo! No atreverte puede ser mucho más dañino que atreverte y equivocarte... Esto último al menos les da a los demás algo que perdonar, lo primero no les da nada..."