El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar) ¿Robado a qué? Digamos que al deber de vivir. Esta es, sin duda, la razón de que el metro -símbolo arraigado de dicho deber- resulte ser la mayor biblioteca del mundo. El tiempo de leer, igual que el tiempo para amar dilata el tiempo de vivir. Si tuvieramos que considerar el amor desde el punto de vista de nuestra distribución de tiempo ¿qué arriesgaríamos? ¿Quién tiene tiempo de estar enamorado? ¿Se ha visto alguna vez, sin embargo, que un enamorado no encontrara tiempo para amar? Yo jamás he tenido tiempo para leer, pero nada, jamás, ha podido impedir que acabara una novela que amaba. La lectura no depende de la organización del tiempo social, es, como el amor, una manera de ser. El problema no está en saber si tengo tiempo para leer o no (tiempo que nadie, además, me dará) sino en si me regalo o no la dicha de ser lector.