Aprecio cada movimiento de manos que emplea aquel que habla con franqueza por miedo a no explicarse del todo bien.
Me enamoro de cada parpadeo que esparce las lágrimas que empañan unos ojos y despejan la verdad en otros ojos que observan al que llora.
Adoro con cada partícula de mi ser la energía de un abrazo que dura más de dos minutos; la pura sincronización que sienten los cuerpos doblegados en paz por su propia naturaleza.
Respiramos humanidad convencional, olvidamos la pena que da el hecho de que a día de hoy compartir alegrías sea un tesoro al alcance de pocos, porque cualquiera está dispuesto a escuchar tristezas por mero morbo.
Sucumbamos a lo inevitable, protejamos cada matiz.