Aquel hombre dejó la modestia en su casa y salió a la calle a adorarse en los escaparates, a encontrarse multiplicado en belleza en las gafas de sol de las mujeres con las que se cruzaba, examinándose con deleite en las cucharillas del café, sintiéndose un adonis en el reflejo que le devolvía su sombra. Cuando tropezó con Ella sus ojos no se cruzaron y herido en su amor propio hizo gestos y posturas para cautivarla, pero no pudo conseguirlo porque ella sólo encontraba belleza en lo más sencillo, por ejemplo, en el gesto dulce y humilde del ascensorista que, sin pretenderlo, con su mirada limpia y su amable forma de darle los buenos días le daba alas a su corazón.
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Texto: Bohemia
Foto: Gala Gankina