Duérmete, niña mía. Y mientras el mar te arrulla y te mece mece con sus olas. Y el viento te acaricia la cara y te canta una nana. Tú, mi preciosa niña, eres la dueña del universo, cuyas fuerzas infinitas te obedecen en tus sueños. Duémete, niña mía.
Pocas figuritas son tan memorables como esa sirenita... Es un simil maravilloso, uno de los sueños d una ciudad que mira y vive el mar, igual que esa niña. Que bella inocencia...
...quien pudiera meterse en la cabecita de un niño para recrearse en sus sueños aunque fuera por un instante...yo vivo de los sueños de mi niña...ella sueña y yo respiro mirandola...saluditos
A mi me gustan y no me gustan las sirenas, no me gusta que al enamorarse de un mortal quieran perder la cola y pasen por tan terrible dolor ¿recuerdas ese cuento? De niña me traumó
Duerme, niña mía. Mientras el mar te mece y te arrulla con sus olas. Mientras el viento te acaricia y te susurra al oído una preciosa nana. Duerme, niña mía. El universo ha caído rendido a tus pies, todas sus leyes están a tu merced en tus lindos sueños. Duerme, niña mía.
UNOS CUANTOS SUPOSITORIOS PARA EL MERLUZO DE TRAPIELLO
(CARTA CERRADA POR ENTREGAS O TRATAMIENTO EN FORMA DE SUPOSITORIOS QUE, A PARTIR DE HOY Y HASTA EL PRÓXIMO DÍA 29 DE MAYO DE 2006, LE HE PRESCRITO A ESE NOTORIO PICAPLUMAS A QUIEN DIEGO LARA BAUTIZÓ COMO “EL MERLUZO DE TRAPIELLO”, ANDRÉS POR NOMBRE DE PILA, Y EN ADELANTE “EL PAJILLERO DE LA MESA CAMILLA”, CON COPIA PARA FAMILIARES Y AMIGOS, CONOCIDOS Y DESCONOCIDOS, Y MUY EN ESPECIAL PARA LOS HERMANOS GARCÍA ALIX, PUES EL MERLUZO SE ESCUDA EN ELLOS, Y PARA MIS PROPIOS HERMANOS, AGRUPADOS EN EL BUFETE RIVAS & ASOCIADOS, PUES TAMBIÉN SE SIENTEN AFECTADOS POR LA SARTA DE MENTIRAS, INFAMIAS Y CALUMNIAS QUE EL MERLUZO VIENE ESCUPIENDOME A LA CARA EN SUCESIVAS ENTREGAS DE SUS MOSTRENCOS DIARIOS, Y CON EXTRAÑA SAÑA EN EL ÚLTIMO DE ELLOS, INTITULADO “EL JARDÍN DE LA POLVORA”, CON PETICIÓN EXPRESA DE QUE SEAN DIFUNDIDOS, DE VIVA VOZ O POR ESCRITO, EN LOS MENTIDEROS DE LA VILLA Y CORTE Y EN LAS TERTULIAS DE PUEBLOS Y PROVINCIAS, EN LOS CÍRCULOS RECREATIVOS Y EN LOS SALONES LITERARIOS, EN CASINOS, BARES, REDACCIONES, LIBRERIAS, GALERÍAS DE ARTE, PELUQUERÍAS Y REBOTICAS, EN LOS MEDIOS LIBERTARIOS Y EN LOS CAMPUS UNIVERSITARIOS, EN LOS ARRABALES DE LA ACADEMIA Y EN LOS FOROS DE LA RED, JUNTO A UNA INVITACIÓN FORMAL A QUIENES TENGAN CONOCIMIENTOS DE CAUSA PARA QUE SE SUMEN A ESTA BATIDA CUYOS OBJETIVOS SON MUY SIMPLES: PLANCHARLE LA ARRUGADA NEURONA QUE LE QUEDA AL PERSONAJILLO MÁS RIJOSO DEL MUNDO DE LAS LETRAS, PASARLE EL PLUMERO DEL POLVO AL CORAZÓN MÁS REVENÍO DE LA MADRILEÑA CALLE CONDE DE XIQUENA Y, POR FIN, OBLIGARLE A BAJAR DEL BURRO AL TONTO MÁS SOLEMNE DE MANZANEDA DE TORÍO, AUNQUE SOLO SEA POR EVITAR QUE SIGA HACIÉNDOSE DAÑO A SÍ MISMO Y SALPICANDO A LOS DEMÁS, Y DADO QUE TRAS ESTA BEATA TRINIDAD SE ESCONDE UN ÚNICO CARNET DE IDENTIDAD, EN CASO DE QUE EL MERLUZO SE RESISTA O SE QUIERA ESCAQUEAR, QUEDA AVISADO QUE NO EXISTE HUMANO MODO QUE LE LIBRE DEL ESCARNIO PÚBLICO, DEL ESCARMIENTO EJEMPLAR NI DE LA OBLIGACIÓN DE APECHUGAR CON LAS CONSECUENCIAS DE SUS ACTOS.)
I.- LA FORJA DE UN POETA PURO
No hace mucho, mi amiga Lidia Lunch publicó un libro que empezaba recordarnos algo evidente, pero que de vez en cuando conviene repetir: en este mundo todos somos jodídamente culpables, pero tú, merluzo, además de culpable, eres tonto, aburrido, envidioso, retorcido, mentiroso, cobarde, hipócrita, mezquino, perdonavidas e hipocondríaco, por entresacar tan solo algunos de los muchos dones que atesoras, congénitos todos ellos y que tienden a agravarse con la edad.
Hace treinta años que te conozco. Hace muchos coincidimos j en varias empresas tan breves como episódicas, en algún que otro empeño y poco más. A caballo entre los años 77 y 78 trabajamos una temporada en el programa “Trazos” de la segunda cadena de RTVE, bajo la batuta de Paloma Chamorro y, a consecuencia de ello, durante varios meses compartimos un pisito en el barrio de Aluche de Madrid. La patrona, que andaba en combinación con el jefe de producción del programa, era una actriz de reparto ya retirada y muy simpática a la que en uno de tus tostones anuales, imagino que por adobarlo con algún detalle exótico, la disfrazas de flamenca y la envías de gira por el Líbano como Carmen de Ronda, pero su nombre artístico era Eva Güer, apócope del apellido Guerrero, muy a tono con unas ideas rabiosamente modernas sobre cosmética y decoración que le llevaron a tapizar la mayor pared del salón con mullidos lienzos de skay de un color naranja butano que, por excesivo, tenían hasta gracia pero a ti te ponían de los nervios, la patrona y el tapizado.
En aquel marco incomparable cumplimos los dos 25 años y tu alumbraste tus primeros versos, unos poemillas tristones y campanudos escritos muy trabajosamente, dicho sea de paso, y empezaste a rumiar tu primer libro de versos. Ya tenías publicada una monografía sobre el escultor abstracto José Luis Sánchez, un libro de conversaciones con el pintor geométrico Eusebio Sempere y habías firmado el guión de un documental sobre Julio Romero de Torres. Poco a poco ibas labrándote un curioso cartelito de crítico de arte moderno, servicial y sensiblero, progresivamente atormentado por la manía obsesiva de ser, por encima de todo, poeta, solo poeta, y excepto a la poesía, a todo lo demás empezaste a hacerle ascos, a ponerle mala cara, a ganarte el apodo de Sor Melindres con el que se te empezó a conocer. Todo se te antojaba una filfa, alfalfa si cabe, pane lucrando que diría don Latino, ganapanes por los que no estabas dispuesto a seguir empeñando ni una pestaña de tu alma de poeta. Extravagancia que, por cómica y desmesurada, nadie te tomaba muy en serio. Te consolábamos, eso sí, en tus momentos de flaqueza y desfallecimiento, muy teatrales por cierto, y lo hacíamos con un punto de ternura y una punta de pitorreo, muy lejos de sospechar el tamaño de tu soberbia, la gravedad que alcanzaría tu desvarío. Decías, con inflexión grave y afectada: de todas las amantes la poesía es la más celosa y exigente, y a fuerza de repetirlo terminaste creyéndotelo. Te dio como un pasmo que tomaste por trance, y con el mismo gesto de mansedumbre y resignación infinitas con que las beatas acometen el vía crucis a pesar de las varices, emprendiste la ascensión del Parnaso.
Los comienzos fueron duros, siempre lo son, incluso para el futuro autor de “La vida fácil”, ese clásico de la poesía inconsútil, por decirlo con un adjetivo que tú detestas, seguramente porque te viene como un guante. Tu primer Virgilio fue José Miguel Ullán, castellano como tú de una Castilla aún más profundas si cabe, y natural de un pueblo con un nombre aún más sonoro que el de tu pueblo. Tras la muerte de Franco, Ullán regresaba del exilio aureolado por una leyenda extraordinaria en la que se fundían política y poesía, el París de los conciábulos antifranquistas y las soirêes de Marguerite Duras, los versos iconoclastas de la “Antología Salvaje” y las pesadillas maoístas de Julio Álvarez del Vayo, senil presidente del FRAP y auténtico Avinareta de nuestro tiempo. No recuerdo bien en que momento del camino le saltaste a la chepa, supongo que en la estación de Valladolid, lo cierto es que a Madrid llegaste encaramado sobre su hombro, el derecho creo. Tu Virgilio, lo reconocerás, cumplió con su cometido y te dejó colocado en uno de los círculos exteriores del infierno, tampoco hay que exagerar, de nombre Guadalimar. Al demonio encargado de fustigarte con el tridente le llamaban el Fenicio, y tú acudías a diario desde un pisito compartido, allá por el metro de Empalme, a trabajar como un chino oficiándole de negro.
Ullán, y eso para ti fue un problema insuperable, te obligaba a transitar por arrabales de la poesía donde no te sentías seguro, perdías pie, trastabillabas, te daban los calofríos. Al principio no parecía importarte demasiado, y durante varios años usaste su nombre a guisa de salvoconducto, lo exhibías con orgullo, como un fantasma posado sobre tu hombro, el izquierdo creo. Nos contabas hazañas inauditas de tu ídolo de juventud, aunque siempre un poco de oídas pues, a la hora de las correspondencias, Ullán pasaba de ti, nunca te sacaba de paseo y no perdía ocasión de humillarte en público y en privado. Tu sufrías en silencio pues el de las humillaciones era el único terreno en el que estabas verdaderamente curtido, y por las noches sufrías de insomnio y de pesadillas atroces. Como todo masoquista, para ti era como una droga y las drogas nunca te sentaron bien, ni las blandas ni las duras, ni las buenas ni las malas, aunque en este último tostón, el decimotercero, empleas la jerga del yonqui y hablas de adicciones y monos con esa despreocupada ignorancia del que nunca se entera de que va la vaina. Ocurre, simplemente, que tú estabas hecho de una pasta demasiado delicada y quebradiza, una masa que había empezado a hornearse en un seminario, entre devocionarios y misales, y terminó moldeándose en una facultad de provincia con el libro rojo del presidente Mao. Más que tímido eras aprensivo, untuoso a más no poder, y vivías como embargado por una especie de pánico cerval al prójimo, no digo ya a lo desconocido. De ese capítulo poco memorable de tu biografía rendiste cuentas, cuando ya frisabas los cuarenta, en tu segunda novela, “El buque fantasma” (1992), aún peor si cabe que la primera. Entre tus amigos y los que ya no lo éramos tanto, produjo un sentimiento unánime de vergüenza ajena leer las andanzas de tu alter ego, aquel Martín Benavente, “incombustible conquistador que no oculta sus fragilidades, que en los años sesenta y setenta fue un hombre de acción y, veinte años después, contempla sin solemnidad esa época, tan heroica según los nostálgicos, y acaba comprendiendo que en realidad fueron tiempos más bien desdichados y extravagantes”. Un pobre desgraciado, en fin, “cuyas mentiras nunca hicieron daño a nadie”, curiosa presunción cuanto menos a tenor de la legión de amigos desairados o traicionados en su buena fe que cada año vas inmolando en el inagotable altar de tus complejos. Amistades, relaciones, que no dudas en sacrificar abombando el pecho mientras proclamas estupideces del calibre: “el gitano canta y el escritor, piensa”.
Pero allá por el año 77, cuando te agarraste como una lapa al círculo que formábamos, entre otros, Juan Manuel Bonet, Pancho Ortuño y yo mismo, el damnificado eras tú. Al programa de la Chamorro, a la sección de RTVE de la CNT, a las campañas contra la ley de Peligrosidad Social, al mundo de los libros viejos y de los pintores nuevos, al piso de la calle Padre Piquer del barrio de Aluche, llegaste escopeteado, huyendo del infierno del Fenicio y, por los mohines de gratitud que entonces nos prodigabas sin tasa, se diría que de toda tu vida anterior, y lo hiciste con un equipaje mínimo y en circunstancias de las que me ocuparé en próximos supositorios, pues no voy a desaprovechar la oportunidad que tan generosamente me brindas para ofrecer a los lectores un testimonio fresco y ameno de lo que vi y viví tan a lo vivo en su momento..
Era todo un espectáculo verte escribir en el cuartito que te servía de despacho y dormitorio, sobre una de esas mesitas camillas prefabricadas de aglomerado con los faldones gastados, observar el ceremonioso ritual con que disponías los útiles de escritor: un cuaderno, el fajo de cuartillas en blanco, la pluma estilográfica ni mala ni buena, un lápiz muy afilado, un abrecartas, un par de libros, el diccionario, alguna postal y un jarroncillo de cristal donde alguna que otra vez, nunca supe si por racanería o por pudor, bostezaba una rosa viuda (las blancas y las amarillas eran tus favoritas), todo bajo la luz mortecina de un flexo barato. Yo barruntaba que ese sentido de la liturgia tan aguzado lo habías adquirido en el seminario. Ignoraba que antes fuiste monaguillo de tu tío Cesar, y entre los ocho a los catorce años, en León te habías metido entre pecho y espalda varios miles de misas oficiadas en latín y, nevara o diluviara, siempre a las ocho de la mañana. “En mi casa, desde chicos, -alardeas tú al recordarlo- se nos inculcó como el más sagrado de los principios el de la responsabilidad, de modo que no recuerdo haber faltado nunca a aquellas misas, durante dos años, de los ocho a los diez, todos los días, y luego, de los diez a los trece o los catorce, durante los veranos. Por las tardes había que volver a la Maternidad, para asistirle en los bautizos. También tenían lugar a diario, incluidos los domingos.” Dudo mucho que tanta constancia en el cumplimiento del deber te haya asegurado un sitial en el reino de los cielos, pero no me cabe la menor duda que, aquí en la tierra, te impregnó de un aroma indeleble a sotana y agua bendita, a sacristía y semen rancio que, en tu caso y por decirlo con una formula tuya que pasará a los anales, ha sido el “verdadero hurmiento que fermentará toda la masa de lo porvenir”.
Era un primor, en fin, verte reclinado sobre la mesa camilla con profundo recogimiento: reposabas con suma delicadeza la barbilla sobre la mano izquierda con el dedo índice muy tieso, cerrabas los ojos concitando a las musas y cuando estas, algo alarmadas por tus requerimientos, se hacían las remolonas, entonces repicabas imperiosamente las yemas de los dedos de la mano derecha contra la superficie de la mesa, no a modo de tamboril, no, sino midiendo las sílabas de un endecasílabo rebelde, ajustándole los acentos, luchando a brazo partido con alguna cesura o sacándole lustre a una metáfora que se te resistía. De tanto en tanto, salías de tu ensimismamiento y con aire triunfal garrapateabas con caligrafía de pata de mosca algunas palabras sobre el papel, puede que todo un verso, con el lapicero en primera instancia y, solo cuando estabas muy seguro del golpe de inspiración, te decidías a gastar la pluma. Y así fue como una de aquellas noches, mientras lidiabas con las musas a pecho descubierto, se te apareció Juan Ramón Jiménez en todo su esplendor, te rozó con la punta de sus finos dedos y te hizo entrega de la llave de oro de la poesía pura. Acontecimiento decisivo o, aún mejor, misterio gozoso que divide tu vida en un antes y un después.
El tránsito desde la poesía salvaje hasta la poesía pura, de la veneración por Ullán a la devoción por Juan Ramón, J.R.J. en adelante, fue ya un sendero sembrado de rosas, pero con las rosas, bien lo sabes, vienen las espinas, y con las espinas los episodios chuscos, aunque tu ya parecías inmune a las cosas de este mundo, andabas como traspuesto, iluminado, según contabas, por una íntima determinación. Insisto en lo de íntima pues tu apariencia seguía siendo la misma y, a juzgar por los retratos que se publican en las contraportadas de tus libros y en los suplementos literarios de los periódicos, a la vuelta de tres décadas apenas ha cambiado: las mismas chaquetas de espiguilla, los mismos jerséis de pico, el mismo aspecto de mosquita muerta, la misma mirada esquiva que intenta ser franca sin conseguirlo. Cambió la orientación pero no la naturaleza de tu comercio con las musas, doy fe de ello pues dormíamos, como quien dice, pared contra pared y yo terminé familiarizándome con los ruidos que me llegaban del otro lado, interpretando tus gemidos, jadeos y suspiros como si fueran las señales de un náufrago y, de alguna manera, tú lo eras y, en consecuencia, un artista del manubrio, lo que no supone desdoro alguno, faltaría más, sino otra forma de emular a J.R.J. que, según Bergamín, también lo era. Al llamarte “pajillero de la mesa camilla” no estoy haciendo un chiste fácil sino traduciendo a un lenguaje llano el pretencioso eufemismo de “Caballero del Punto Fijo” con el que te gusta adornarte.
Entre la mesa camilla y el modesto camastro donde dormías apenas había un metro de distancia, y en él transcurría prácticamente toda tu vida. En esto, debo reconocerlo, has mejorado mucho: la distancia entre la cama y la mesa camilla que hoy utilizas es de cuatro o cinco metros, y el tamaño de esta mesa camilla actual es mayor que el de la cama de entonces, no digo ya la calidad de los faldones, pesados como cortinas de teatro, o la del brasero eléctrico que calienta tus inviernos, una auténtica pocholada. Semejantes lujos fueron posibles gracias a Miriam, una gran chica, las cosas como son, que conociste en televisión y hoy es tu mujer. En cuanto tuviste oportunidad te mudaste a su piso en la calle Conde de Xiquena, y ya no te has vuelto a mover de allí. En Aluche me dejaste como herencia a un hermano pequeño.
A las pocas semanas de la mudanza Juan Manuel Bonet me llamó por teléfono: Andrés está muy mal, dijo. ¿Que le ocurre?, pregunté con lógica alarma. No se sabe, pero parece grave. Quedamos citados aquella misma tarde para visitarte y, en efecto, no tenías buen aspecto. Nos recibiste en la cama, en tu nueva alcoba estilo italiano, con el embozo hasta la barbilla, afiebrado y sudando frío, las ojeras profundas y amoratadas, la mirada perdida, verde, amarillo, lívido. Como moribundo no te faltaba detalle. Con gran esfuerzo levantabas el brazo apenas unos centímetros, no estaba claro si para saludarnos o despedirte definitivamente de nosotros, de la vida, de ese mundo que se había derrumbado sin remedio sobre tu cabeza. Las cortinas estaban corridas, la habitación en penumbra y los amigos te rodeábamos, solícitos, hablando con voz queda, apagada, como contribución al cuadro de tu agonía, tan conseguido que daba casi pena que no fuera en serio. A la entrada, Miriam nos había informado que el médico te había reconocido sin encontrar ningún síntoma preocupante. Una crisis de ansiedad, dictaminó el galeno y te atiborró de valium, supongo. Un jamacuco, que dicen en Sevilla, cuando alguien se fuma un canuto de doble cero y es incapaz de metabolizarlo. Y quien dice un canuto dice cualquier otra cosa. Un atracón de Juan Ramón, dictaminó Juan Manuel, que todavía conservaba el ojo clínico. Yo, menos sensible a los desgarros poéticos, me maliciaba que aquel tableaux vivant no era sino una forma bastante retorcida de marcar el territorio. El tiempo nos ha dado la razón a los dos.
Hola Bohemia. Me siento privilegiado que me visites siendo tan popular en el mundo blogger. Te felicito y gracias por tus comentarios que siempre es agradable encontrármelos. Un beso
69 comentarios :
Me gusta que en tus manos esten esos alfileres, que nos cuelgan, fotografias preciosas.
La sirenita es hermosa.
Bohemia te deje una nota en mi blog.
Un saludo
Cel.
Que tierna la foto... se capta toda la inocencia de la infancia, y todos los sueños soñados.
Saludos
Una vez era niña
y en el pocillo de leche conocí mis ojos;
entonces tenía cola y escamas.
Otras niñas y yo
tomábamos el sol sobre las rocas.
La cola se descosió
a los tenis se le cayeron las diamantinas
y las escamas se esparcieron
pero el sol . . .
Qué frescura desprende tu rincón, qué sosiego. Visitarte ha sido una experiencia muy agradable. Volveré a verte.
Uh! Los dos hablamos de sirenas.
BESOS
Duérmete, niña mía. Y mientras el mar te arrulla y te mece mece con sus olas. Y el viento te acaricia la cara y te canta una nana. Tú, mi preciosa niña, eres la dueña del universo, cuyas fuerzas infinitas te obedecen en tus sueños. Duémete, niña mía.
hace unos dias me recordaban que esa pregunta.. y me hicieron recordar que entonces como hoy, no hubiese sabido que contestar...
Por favor que ternura, otro 10 a la composición, y van.......
Que preciosa foto...
Y lo consiguió de mayor??
Besitos.
Duèrmete mi niña, duèrmete mi amor... Abrazos.
solo los niños saben lo que desean de verdad
La sirenita mola porque además te pueden admirar el resto de generaciones.
Quise caminar por las arenas de tu mundo...
y me encontre con una sirena tomando sol...
Le lei el pensamiento.... y la acompañe en su esplendor...
Besos enigmaticos, descifralos!!!
Pocas figuritas son tan memorables como esa sirenita... Es un simil maravilloso, uno de los sueños d una ciudad que mira y vive el mar, igual que esa niña. Que bella inocencia...
... y desde el otro lado H.C. Andersen esbozó una sonrisa.
Dicen, q a veces los sueños se hacen realidad... lo conseguiría esta sirena??
Bonita imagen!!
besos
Cuanta belleza!
Saludos.
Pues es una respuesta hermosa... :-)... Besos primaverales... Uy, qué ganas de pasear frente al mara me han entrado al ver esta foto!
¡Hermosa y tierna!
Saludos desde el mar...
Preciosa sirena... quién no desearía perderse, como ella, entre las olas.
Besos wapa!
tierna y bella imágen...
Un saludo
Y se parece a la sirena de Copenhage.
Oh que bonito.
Muchos muakis, corazón.
bohemiamar.
Que bonita,la foto es preciosa
un besete
preciosa imagen y precioso texto (el hecho que sea corto no supone un impedimento para Bohemia para hacerlo bello). Besos!!!
Que imagen tan bella Bohemia. Esa inocencia que en el fondo del corazón todos nosotros aún conservamos, más gastada, claro. Un gran abrazo.
Ella sueña con ser sirena y la sirena sueña con ser ella...
Besitos
y seguro que el deseo se le fue concedido... Bohemia, superas a todos en ternura...
Que bella unión, una imagen y un texto llenos de ternura.
Me encantan las sirenas...
:) besitos dulces
¡¡Qué monada la foto!! ¿Sirenita de Copenhague? Es un oficio aún más curioso que el de "cliente misterioso" ;)
Un besazo
...y se durmió hasta realizar su sueño...
:__)
enric
PD: yo de pequenyo perseguia estrellas por el patio de mi casa...
...quien pudiera meterse en la cabecita de un niño para recrearse en sus sueños aunque fuera por un instante...yo vivo de los sueños de mi niña...ella sueña y yo respiro mirandola...saluditos
¿Que quieres ser de mayor?
Inocente. Un niño.
Vivir un sueño
de esperanza
Que me acaricie el agua
que me acunen las olas
que me bañe la paz
Y será sirena de Copenaghe...sin duda...
Beso,
Isaac
Bella Bohemia, saludos os doy, bello post.
Besos
Y deseandolo de corazon...sirena sera.
Mil besos.
Pfaaaa, qué buen sueño el de la niña, no? =)
Un beso!
A mi me gustan y no me gustan las sirenas, no me gusta que al enamorarse de un mortal quieran perder la cola y pasen por tan terrible dolor
¿recuerdas ese cuento?
De niña me traumó
Muy dulce el post de hoy.
Un beso
Bueno que idea mas fantastica tuviste con la imagén..gracias por compartirla..
un besillo.
Gracias por el link, Bohemia; estamos en sintonía, al parecer.
Un abrazo entrañable.
Hannah
Qué bonita la foto y el texto.
Precioso.
Un saludo.
si no pierde la ilusion siempre puede llegar a sentir que es una sirenita.
todo esta en mantener esa fuerza que de niños tanto tenemos para acercar cualquier cosa aunq sea de pierda
besos. como siempre leyendote d cerca.
dando inpulsos a mi corazon.
Mira!
Yo quería ser Hans Christian... Los sueños se cumplen.
Precioso, precioso...
Un beso dulce.
Duerme, niña mía. Mientras el mar te mece y te arrulla con sus olas. Mientras el viento te acaricia y te susurra al oído una preciosa nana. Duerme, niña mía. El universo ha caído rendido a tus pies, todas sus leyes están a tu merced en tus lindos sueños. Duerme, niña mía.
...y la roca se amoldó a los recovecos de su espalda para que durmiera allí siempre...
yo cuando vi la sirenita la verdad es q me esperaba mas, esta foto sinceramente la supera.
UN saludo.
que bello
Saludos, maja!
Pues ya debe tener la piel y la cola gruesa, porque ser sirena por esas aguas... qué frío... ;-)
Besos!
H.
OOO Que tierna la niña....OOO
Yo de mayor quiero ser...menor jijiji!! Besitos!
La sirenita....quien no ha soñado con pertenecer al mar.
Precioso.
Mil bikiños ;)
simplemente encantador...
saludos desde mi planeta.
esa niña YA es una hermosa sirena.
Que bella sirenita.
Saludos
:-D
Se feliz
Yo de pequeña quería ser...has visto las fotos de mi stickam? jaja lucha por tus sueños, besos su
por cierto soñadora, si me das tu permiso, te añado a los lugares q visito..besos
No podría haber texto más perfecto para esa foto que el que pusiste.
Un placer para la vista y el alma.
Besos!
Linda imagen Bohemia.. me encantan las fotos en blanco y negro;)
Feliz día!! y besitos
UNOS CUANTOS SUPOSITORIOS PARA EL MERLUZO DE TRAPIELLO
(CARTA CERRADA POR ENTREGAS O TRATAMIENTO EN FORMA DE SUPOSITORIOS QUE, A PARTIR DE HOY Y HASTA EL PRÓXIMO DÍA 29 DE MAYO DE 2006, LE HE PRESCRITO A ESE NOTORIO PICAPLUMAS A QUIEN DIEGO LARA BAUTIZÓ COMO “EL MERLUZO DE TRAPIELLO”, ANDRÉS POR NOMBRE DE PILA, Y EN ADELANTE “EL PAJILLERO DE LA MESA CAMILLA”, CON COPIA PARA FAMILIARES Y AMIGOS, CONOCIDOS Y DESCONOCIDOS, Y MUY EN ESPECIAL PARA LOS HERMANOS GARCÍA ALIX, PUES EL MERLUZO SE ESCUDA EN ELLOS, Y PARA MIS PROPIOS HERMANOS, AGRUPADOS EN EL BUFETE RIVAS & ASOCIADOS, PUES TAMBIÉN SE SIENTEN AFECTADOS POR LA SARTA DE MENTIRAS, INFAMIAS Y CALUMNIAS QUE EL MERLUZO VIENE ESCUPIENDOME A LA CARA EN SUCESIVAS ENTREGAS DE SUS MOSTRENCOS DIARIOS, Y CON EXTRAÑA SAÑA EN EL ÚLTIMO DE ELLOS, INTITULADO “EL JARDÍN DE LA POLVORA”, CON PETICIÓN EXPRESA DE QUE SEAN DIFUNDIDOS, DE VIVA VOZ O POR ESCRITO, EN LOS MENTIDEROS DE LA VILLA Y CORTE Y EN LAS TERTULIAS DE PUEBLOS Y PROVINCIAS, EN LOS CÍRCULOS RECREATIVOS Y EN LOS SALONES LITERARIOS, EN CASINOS, BARES, REDACCIONES, LIBRERIAS, GALERÍAS DE ARTE, PELUQUERÍAS Y REBOTICAS, EN LOS MEDIOS LIBERTARIOS Y EN LOS CAMPUS UNIVERSITARIOS, EN LOS ARRABALES DE LA ACADEMIA Y EN LOS FOROS DE LA RED, JUNTO A UNA INVITACIÓN FORMAL A QUIENES TENGAN CONOCIMIENTOS DE CAUSA PARA QUE SE SUMEN A ESTA BATIDA CUYOS OBJETIVOS SON MUY SIMPLES: PLANCHARLE LA ARRUGADA NEURONA QUE LE QUEDA AL PERSONAJILLO MÁS RIJOSO DEL MUNDO DE LAS LETRAS, PASARLE EL PLUMERO DEL POLVO AL CORAZÓN MÁS REVENÍO DE LA MADRILEÑA CALLE CONDE DE XIQUENA Y, POR FIN, OBLIGARLE A BAJAR DEL BURRO AL TONTO MÁS SOLEMNE DE MANZANEDA DE TORÍO, AUNQUE SOLO SEA POR EVITAR QUE SIGA HACIÉNDOSE DAÑO A SÍ MISMO Y SALPICANDO A LOS DEMÁS, Y DADO QUE TRAS ESTA BEATA TRINIDAD SE ESCONDE UN ÚNICO CARNET DE IDENTIDAD, EN CASO DE QUE EL MERLUZO SE RESISTA O SE QUIERA ESCAQUEAR, QUEDA AVISADO QUE NO EXISTE HUMANO MODO QUE LE LIBRE DEL ESCARNIO PÚBLICO, DEL ESCARMIENTO EJEMPLAR NI DE LA OBLIGACIÓN DE APECHUGAR CON LAS CONSECUENCIAS DE SUS ACTOS.)
I.- LA FORJA DE UN POETA PURO
No hace mucho, mi amiga Lidia Lunch publicó un libro que empezaba recordarnos algo evidente, pero que de vez en cuando conviene repetir: en este mundo todos somos jodídamente culpables, pero tú, merluzo, además de culpable, eres tonto, aburrido, envidioso, retorcido, mentiroso, cobarde, hipócrita, mezquino, perdonavidas e hipocondríaco, por entresacar tan solo algunos de los muchos dones que atesoras, congénitos todos ellos y que tienden a agravarse con la edad.
Hace treinta años que te conozco. Hace muchos coincidimos j en varias empresas tan breves como episódicas, en algún que otro empeño y poco más. A caballo entre los años 77 y 78 trabajamos una temporada en el programa “Trazos” de la segunda cadena de RTVE, bajo la batuta de Paloma Chamorro y, a consecuencia de ello, durante varios meses compartimos un pisito en el barrio de Aluche de Madrid. La patrona, que andaba en combinación con el jefe de producción del programa, era una actriz de reparto ya retirada y muy simpática a la que en uno de tus tostones anuales, imagino que por adobarlo con algún detalle exótico, la disfrazas de flamenca y la envías de gira por el Líbano como Carmen de Ronda, pero su nombre artístico era Eva Güer, apócope del apellido Guerrero, muy a tono con unas ideas rabiosamente modernas sobre cosmética y decoración que le llevaron a tapizar la mayor pared del salón con mullidos lienzos de skay de un color naranja butano que, por excesivo, tenían hasta gracia pero a ti te ponían de los nervios, la patrona y el tapizado.
En aquel marco incomparable cumplimos los dos 25 años y tu alumbraste tus primeros versos, unos poemillas tristones y campanudos escritos muy trabajosamente, dicho sea de paso, y empezaste a rumiar tu primer libro de versos. Ya tenías publicada una monografía sobre el escultor abstracto José Luis Sánchez, un libro de conversaciones con el pintor geométrico Eusebio Sempere y habías firmado el guión de un documental sobre Julio Romero de Torres. Poco a poco ibas labrándote un curioso cartelito de crítico de arte moderno, servicial y sensiblero, progresivamente atormentado por la manía obsesiva de ser, por encima de todo, poeta, solo poeta, y excepto a la poesía, a todo lo demás empezaste a hacerle ascos, a ponerle mala cara, a ganarte el apodo de Sor Melindres con el que se te empezó a conocer. Todo se te antojaba una filfa, alfalfa si cabe, pane lucrando que diría don Latino, ganapanes por los que no estabas dispuesto a seguir empeñando ni una pestaña de tu alma de poeta. Extravagancia que, por cómica y desmesurada, nadie te tomaba muy en serio. Te consolábamos, eso sí, en tus momentos de flaqueza y desfallecimiento, muy teatrales por cierto, y lo hacíamos con un punto de ternura y una punta de pitorreo, muy lejos de sospechar el tamaño de tu soberbia, la gravedad que alcanzaría tu desvarío. Decías, con inflexión grave y afectada: de todas las amantes la poesía es la más celosa y exigente, y a fuerza de repetirlo terminaste creyéndotelo. Te dio como un pasmo que tomaste por trance, y con el mismo gesto de mansedumbre y resignación infinitas con que las beatas acometen el vía crucis a pesar de las varices, emprendiste la ascensión del Parnaso.
Los comienzos fueron duros, siempre lo son, incluso para el futuro autor de “La vida fácil”, ese clásico de la poesía inconsútil, por decirlo con un adjetivo que tú detestas, seguramente porque te viene como un guante. Tu primer Virgilio fue José Miguel Ullán, castellano como tú de una Castilla aún más profundas si cabe, y natural de un pueblo con un nombre aún más sonoro que el de tu pueblo. Tras la muerte de Franco, Ullán regresaba del exilio aureolado por una leyenda extraordinaria en la que se fundían política y poesía, el París de los conciábulos antifranquistas y las soirêes de Marguerite Duras, los versos iconoclastas de la “Antología Salvaje” y las pesadillas maoístas de Julio Álvarez del Vayo, senil presidente del FRAP y auténtico Avinareta de nuestro tiempo. No recuerdo bien en que momento del camino le saltaste a la chepa, supongo que en la estación de Valladolid, lo cierto es que a Madrid llegaste encaramado sobre su hombro, el derecho creo. Tu Virgilio, lo reconocerás, cumplió con su cometido y te dejó colocado en uno de los círculos exteriores del infierno, tampoco hay que exagerar, de nombre Guadalimar. Al demonio encargado de fustigarte con el tridente le llamaban el Fenicio, y tú acudías a diario desde un pisito compartido, allá por el metro de Empalme, a trabajar como un chino oficiándole de negro.
Ullán, y eso para ti fue un problema insuperable, te obligaba a transitar por arrabales de la poesía donde no te sentías seguro, perdías pie, trastabillabas, te daban los calofríos. Al principio no parecía importarte demasiado, y durante varios años usaste su nombre a guisa de salvoconducto, lo exhibías con orgullo, como un fantasma posado sobre tu hombro, el izquierdo creo. Nos contabas hazañas inauditas de tu ídolo de juventud, aunque siempre un poco de oídas pues, a la hora de las correspondencias, Ullán pasaba de ti, nunca te sacaba de paseo y no perdía ocasión de humillarte en público y en privado. Tu sufrías en silencio pues el de las humillaciones era el único terreno en el que estabas verdaderamente curtido, y por las noches sufrías de insomnio y de pesadillas atroces. Como todo masoquista, para ti era como una droga y las drogas nunca te sentaron bien, ni las blandas ni las duras, ni las buenas ni las malas, aunque en este último tostón, el decimotercero, empleas la jerga del yonqui y hablas de adicciones y monos con esa despreocupada ignorancia del que nunca se entera de que va la vaina. Ocurre, simplemente, que tú estabas hecho de una pasta demasiado delicada y quebradiza, una masa que había empezado a hornearse en un seminario, entre devocionarios y misales, y terminó moldeándose en una facultad de provincia con el libro rojo del presidente Mao. Más que tímido eras aprensivo, untuoso a más no poder, y vivías como embargado por una especie de pánico cerval al prójimo, no digo ya a lo desconocido. De ese capítulo poco memorable de tu biografía rendiste cuentas, cuando ya frisabas los cuarenta, en tu segunda novela, “El buque fantasma” (1992), aún peor si cabe que la primera. Entre tus amigos y los que ya no lo éramos tanto, produjo un sentimiento unánime de vergüenza ajena leer las andanzas de tu alter ego, aquel Martín Benavente, “incombustible conquistador que no oculta sus fragilidades, que en los años sesenta y setenta fue un hombre de acción y, veinte años después, contempla sin solemnidad esa época, tan heroica según los nostálgicos, y acaba comprendiendo que en realidad fueron tiempos más bien desdichados y extravagantes”. Un pobre desgraciado, en fin, “cuyas mentiras nunca hicieron daño a nadie”, curiosa presunción cuanto menos a tenor de la legión de amigos desairados o traicionados en su buena fe que cada año vas inmolando en el inagotable altar de tus complejos. Amistades, relaciones, que no dudas en sacrificar abombando el pecho mientras proclamas estupideces del calibre: “el gitano canta y el escritor, piensa”.
Pero allá por el año 77, cuando te agarraste como una lapa al círculo que formábamos, entre otros, Juan Manuel Bonet, Pancho Ortuño y yo mismo, el damnificado eras tú. Al programa de la Chamorro, a la sección de RTVE de la CNT, a las campañas contra la ley de Peligrosidad Social, al mundo de los libros viejos y de los pintores nuevos, al piso de la calle Padre Piquer del barrio de Aluche, llegaste escopeteado, huyendo del infierno del Fenicio y, por los mohines de gratitud que entonces nos prodigabas sin tasa, se diría que de toda tu vida anterior, y lo hiciste con un equipaje mínimo y en circunstancias de las que me ocuparé en próximos supositorios, pues no voy a desaprovechar la oportunidad que tan generosamente me brindas para ofrecer a los lectores un testimonio fresco y ameno de lo que vi y viví tan a lo vivo en su momento..
Era todo un espectáculo verte escribir en el cuartito que te servía de despacho y dormitorio, sobre una de esas mesitas camillas prefabricadas de aglomerado con los faldones gastados, observar el ceremonioso ritual con que disponías los útiles de escritor: un cuaderno, el fajo de cuartillas en blanco, la pluma estilográfica ni mala ni buena, un lápiz muy afilado, un abrecartas, un par de libros, el diccionario, alguna postal y un jarroncillo de cristal donde alguna que otra vez, nunca supe si por racanería o por pudor, bostezaba una rosa viuda (las blancas y las amarillas eran tus favoritas), todo bajo la luz mortecina de un flexo barato. Yo barruntaba que ese sentido de la liturgia tan aguzado lo habías adquirido en el seminario. Ignoraba que antes fuiste monaguillo de tu tío Cesar, y entre los ocho a los catorce años, en León te habías metido entre pecho y espalda varios miles de misas oficiadas en latín y, nevara o diluviara, siempre a las ocho de la mañana. “En mi casa, desde chicos, -alardeas tú al recordarlo- se nos inculcó como el más sagrado de los principios el de la responsabilidad, de modo que no recuerdo haber faltado nunca a aquellas misas, durante dos años, de los ocho a los diez, todos los días, y luego, de los diez a los trece o los catorce, durante los veranos. Por las tardes había que volver a la Maternidad, para asistirle en los bautizos. También tenían lugar a diario, incluidos los domingos.” Dudo mucho que tanta constancia en el cumplimiento del deber te haya asegurado un sitial en el reino de los cielos, pero no me cabe la menor duda que, aquí en la tierra, te impregnó de un aroma indeleble a sotana y agua bendita, a sacristía y semen rancio que, en tu caso y por decirlo con una formula tuya que pasará a los anales, ha sido el “verdadero hurmiento que fermentará toda la masa de lo porvenir”.
Era un primor, en fin, verte reclinado sobre la mesa camilla con profundo recogimiento: reposabas con suma delicadeza la barbilla sobre la mano izquierda con el dedo índice muy tieso, cerrabas los ojos concitando a las musas y cuando estas, algo alarmadas por tus requerimientos, se hacían las remolonas, entonces repicabas imperiosamente las yemas de los dedos de la mano derecha contra la superficie de la mesa, no a modo de tamboril, no, sino midiendo las sílabas de un endecasílabo rebelde, ajustándole los acentos, luchando a brazo partido con alguna cesura o sacándole lustre a una metáfora que se te resistía. De tanto en tanto, salías de tu ensimismamiento y con aire triunfal garrapateabas con caligrafía de pata de mosca algunas palabras sobre el papel, puede que todo un verso, con el lapicero en primera instancia y, solo cuando estabas muy seguro del golpe de inspiración, te decidías a gastar la pluma. Y así fue como una de aquellas noches, mientras lidiabas con las musas a pecho descubierto, se te apareció Juan Ramón Jiménez en todo su esplendor, te rozó con la punta de sus finos dedos y te hizo entrega de la llave de oro de la poesía pura. Acontecimiento decisivo o, aún mejor, misterio gozoso que divide tu vida en un antes y un después.
El tránsito desde la poesía salvaje hasta la poesía pura, de la veneración por Ullán a la devoción por Juan Ramón, J.R.J. en adelante, fue ya un sendero sembrado de rosas, pero con las rosas, bien lo sabes, vienen las espinas, y con las espinas los episodios chuscos, aunque tu ya parecías inmune a las cosas de este mundo, andabas como traspuesto, iluminado, según contabas, por una íntima determinación. Insisto en lo de íntima pues tu apariencia seguía siendo la misma y, a juzgar por los retratos que se publican en las contraportadas de tus libros y en los suplementos literarios de los periódicos, a la vuelta de tres décadas apenas ha cambiado: las mismas chaquetas de espiguilla, los mismos jerséis de pico, el mismo aspecto de mosquita muerta, la misma mirada esquiva que intenta ser franca sin conseguirlo. Cambió la orientación pero no la naturaleza de tu comercio con las musas, doy fe de ello pues dormíamos, como quien dice, pared contra pared y yo terminé familiarizándome con los ruidos que me llegaban del otro lado, interpretando tus gemidos, jadeos y suspiros como si fueran las señales de un náufrago y, de alguna manera, tú lo eras y, en consecuencia, un artista del manubrio, lo que no supone desdoro alguno, faltaría más, sino otra forma de emular a J.R.J. que, según Bergamín, también lo era. Al llamarte “pajillero de la mesa camilla” no estoy haciendo un chiste fácil sino traduciendo a un lenguaje llano el pretencioso eufemismo de “Caballero del Punto Fijo” con el que te gusta adornarte.
Entre la mesa camilla y el modesto camastro donde dormías apenas había un metro de distancia, y en él transcurría prácticamente toda tu vida. En esto, debo reconocerlo, has mejorado mucho: la distancia entre la cama y la mesa camilla que hoy utilizas es de cuatro o cinco metros, y el tamaño de esta mesa camilla actual es mayor que el de la cama de entonces, no digo ya la calidad de los faldones, pesados como cortinas de teatro, o la del brasero eléctrico que calienta tus inviernos, una auténtica pocholada. Semejantes lujos fueron posibles gracias a Miriam, una gran chica, las cosas como son, que conociste en televisión y hoy es tu mujer. En cuanto tuviste oportunidad te mudaste a su piso en la calle Conde de Xiquena, y ya no te has vuelto a mover de allí. En Aluche me dejaste como herencia a un hermano pequeño.
A las pocas semanas de la mudanza Juan Manuel Bonet me llamó por teléfono: Andrés está muy mal, dijo. ¿Que le ocurre?, pregunté con lógica alarma. No se sabe, pero parece grave. Quedamos citados aquella misma tarde para visitarte y, en efecto, no tenías buen aspecto. Nos recibiste en la cama, en tu nueva alcoba estilo italiano, con el embozo hasta la barbilla, afiebrado y sudando frío, las ojeras profundas y amoratadas, la mirada perdida, verde, amarillo, lívido. Como moribundo no te faltaba detalle. Con gran esfuerzo levantabas el brazo apenas unos centímetros, no estaba claro si para saludarnos o despedirte definitivamente de nosotros, de la vida, de ese mundo que se había derrumbado sin remedio sobre tu cabeza. Las cortinas estaban corridas, la habitación en penumbra y los amigos te rodeábamos, solícitos, hablando con voz queda, apagada, como contribución al cuadro de tu agonía, tan conseguido que daba casi pena que no fuera en serio. A la entrada, Miriam nos había informado que el médico te había reconocido sin encontrar ningún síntoma preocupante. Una crisis de ansiedad, dictaminó el galeno y te atiborró de valium, supongo. Un jamacuco, que dicen en Sevilla, cuando alguien se fuma un canuto de doble cero y es incapaz de metabolizarlo. Y quien dice un canuto dice cualquier otra cosa. Un atracón de Juan Ramón, dictaminó Juan Manuel, que todavía conservaba el ojo clínico. Yo, menos sensible a los desgarros poéticos, me maliciaba que aquel tableaux vivant no era sino una forma bastante retorcida de marcar el territorio. El tiempo nos ha dado la razón a los dos.
(Continuará)
Hola Bohemia.
Me siento privilegiado que me visites siendo tan popular en el mundo blogger. Te felicito y gracias por tus comentarios que siempre es agradable encontrármelos.
Un beso
que respuesta más dulce.
besos!
Gracias por tus bellas palabras... ¿sabes un secreto?... yo aún quiero ser la sirena...
Si nos dieran a elegir y si una vez elegido acertáramos...
Preciosa la foto.
Besos
Me parece bellísimo. Como siempre, encuentro cosas lindas para ver y leer.
Un saludo grande.
Que intensidad, no se requieren de muchas palabras para poder decir tanto. Hermosa imagen que acompaña tus letras.
q lindura.. besos
Que presicion inocente, sabe por seguro lo que quiere!!
Hermosa fotografia y el texto preciso!!
BESO SOÑADOR
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