El bosque seguía muriendo y los árboles seguían votando al hacha. Ella era inteligente, los había convencido que por tener el mango de madera, era uno de ellos...
El bosque seguía muriendo y los árboles seguían votando al hacha. Ella era inteligente, los había convencido que por tener el mango de madera, era uno de ellos...
Apostados cada uno en una esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerlo de que los monstruos no existían. Ellos bajaron la cabeza avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus alas.
Incapaz para la acción, su vida fue un continuo sopor, salpicado de siestas y breves cabezadas, sólo interrumpido por las horas del sueño nocturno.
Texto: David Roas
Imagen: Carolus Duran
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto.
...Golpean a la puerta.
Con el tiempo el príncipe ha engordado debido a la gula, el alcoholismo y la fiesta permanente. Ahora tiene una barriga gigantesca y una papada descomunal. Las piernas raquíticas apenas son capaces de sostenerlo. Hipa constantemente producto de una borrachera consuetudinaria. "Dios mío" se dice con amargura la infanta, "ha terminado por convertirse en un sapo, igual que al inicio". Y concluye que la historia es circular.
Texto: Diego Muñoz Valenzuela
Imagen: Vecteezy
Me gustan las ojeras de tus ojos de no dormir por estar aprendiendo. Me gusta tu cabello sin arreglar, porque tienes mejores cosas que hacer. Me gusta que te quejes, porque se nota que piensas por ti misma. Me gusta que te vistas como quieres, porque sabes que tienes el derecho a hacerlo. Me gusta que luches por lo que consideras que es correcto, no eres domesticada, y es eso lo que más me gusta.
Aprecio cada movimiento de manos que emplea aquel que habla con franqueza por miedo a no explicarse del todo bien.
Me enamoro de cada parpadeo que esparce las lágrimas que empañan unos ojos y despejan la verdad en otros ojos que observan al que llora.
Adoro con cada partícula de mi ser la energía de un abrazo que dura más de dos minutos; la pura sincronización que sienten los cuerpos doblegados en paz por su propia naturaleza.
Respiramos humanidad convencional, olvidamos la pena que da el hecho de que a día de hoy compartir alegrías sea un tesoro al alcance de pocos, porque cualquiera está dispuesto a escuchar tristezas por mero morbo.
Sucumbamos a lo inevitable, protejamos cada matiz.
Cuenta una leyenda universal que, hace muchas épocas, las personas eran animales simbióticos: iban siempre acompañadas de un pájaro diminuto, de plumaje brillante y canto melódico, que eran como un susurro. Se llamaban Ahora.
Los Ahoras acompañaban a los humanos día y noche, revoloteando por sus cabezas en silencio, eran pajaritos muy sabios y sencillos. Cada vez que sus simbiontes contemplaban un paisaje hermoso, miraban a alguien a los ojos, o vivían cualquiera de esos mágicos eventos que suelen discriminarse solo por ser cotidianos, el Ahora les daba un pequeño picotazo en la cabeza de la persona y cantaba; entonces las personas tenían un Momento de Consciencia. Vivían el presente con más nitidez y eran felices. De hecho, los Ahoras se alimentaban de las emociones que se desprendían de estos momentos, y de ahí la simbiosis.
Había gente que se hacía muy amiga de sus Ahoras y estos les daban Momentos de Consciencia a cada instante. Sin embargo, algo ocurrió. Llegó un punto en que, por motivos estraños, la gente empezó a establecer relaciones con otras dos aves, una de plumaje negro y otra blanco: se llamaban Antes y Después, y poco a poco, los Ahoras fueron muriendo, la magia de los pequeños detalles desapareció y los Momentos de Consciencia se perdieron para siempre.
Mas este no es el final de la historia, pues la leyenda asegura que los hermosos Ahoras, aunque ya no puedan volar ni picarnos, siguen viviendo en el alma de cada uno de nosotros, esperando que retomemos la simbiosis y podamos ver la magia de nuevo.
Incluso dicen algunos que… si cierras los ojos, respiras hondo y sonríes, podrás sentir, en el corazón y en la mente, el canto y el picotazo del Ahora, y al volver a abrirlos el mundo será brillante.
(Óscar Sorialez)